El oído humano no es inmune a la agresión acústica. Por el contrario, padece sobremanera la exposición a elevados niveles de ruido, causa de afecciones frecuentes, atribuibles a las condiciones de vida que imperan en las grandes concentraciones urbanas.
En la ciudad de Buenos Aires no hay conciencia de que es necesario, y hasta se diría elemental, investigar en forma fehaciente las causas de este mal y remediar sus molestos efectos. Tal fue una de las conclusiones a que se arribó durante las Segundas Jornadas sobre el Ruido y sus Consecuencias en la Salud de la Población, realizadas por una organización no gubernamental, la Asociación Civil Oír Mejor, dedicada a atender a las personas con déficit auditivo y empeñada en luchar contra la contaminación sonora.
Subsiste la falsa y generalizada creencia de que, al fin y al cabo, el oído termina por habituarse al hiriente impacto de los ruidos dañinos, provenientes -entre otros emisores- de los indomables escapes, bocinas y sirenas de cientos de miles de vehículos, de músicas intempestivas o de impertinentes alarmas, de la indebida utilización de herramientas y maquinarias o de la atronadora difusión de toda clase de consignas. En realidad, ese insidioso repiqueteo, que ni siquiera cesa durante las horas dedicadas al descanso, suele dar origen a insomnio, fatigas pertinaces, falta de concentración, distracciones y disminuciones de la capacidad laboral, hipertensión, alteraciones digestivas y hasta trastornos cardíacos.
La Organización Mundial de la Salud insiste en que nadie se debe exponer a sonidos que excedan los 85 decibeles. Pero bastará con transitar por ciertas intersecciones o tramos de calles porteñas para que el sistema auditivo del desafortunado peatón se vea sometido a un castigo que supera con largueza ese nivel, también sobrepasado -habitualmente- en las discotecas. Desde luego, aquella intensidad tope debería ser todavía menor en las inmediaciones de los hospitales y las escuelas, donde es letra muerta cualquier restricción al respecto.
Esa invisible masa de ruidos molestos y dañinos es un enemigo solapado de la salud pública y, asimismo, de la calidad de vida y de la convivencia, a tal punto que, tras autorizadas mediciones, ha sido identificado -con absoluta justicia- como el principal contaminante ambiental de la ciudad de Buenos Aires. Enfrentarlo con probabilidades de éxito requiere la elaboración de un mapa actualizado de las zonas ruidosas de la metrópoli, campañas educativas de prevención, estadísticas que permitan determinar la cantidad real de afectados por disminuciones auditivas y legislación apropiada para verificar y sancionar la contaminación sonora.
Será esencial, además, la solidaria colaboración del conjunto de la sociedad, porque esa clase de ruidos agrede indiscriminadamente a todos (aun a quienes son desaprensivamente ruidosos).
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