Vivir incómodo II: EL CARTEL LUMINOSO DE GLORIA

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Gloria Slemenson compró la casa donde vive, en la avenida Federico Lacroze 3472, en el barrio de Colegiales, en 2006. Estilo antiguo, tres ventanales alargados, altísimos en el frente. El sol de primera hora de la tarde, justo sobre el sofá donde dormiría su siesta. Así lo hizo durante seis años. Su vida cambió cuando el teatro que había frente a su casa se convirtió en la radio Vorterix y se instaló un cartel luminoso que ocupa todo su frente y se refleja con sus luces de colores hasta en el último rincón de su hogar, hasta entonces, apacible.
«Nos pusieron esta especie de televisor que no se apaga nunca y que pasa las mismas publicidades continuamente y no nos permite decidir cuánta luz queremos tener, si queremos estar a oscuras. Es un constante movimiento, un estímulo que no para de molestarte los ojos», dice Gloria, y su voz es una mezcla de queja y bronca. Ella lo llama impotencia. También dice que es un odio el que le genera a veces. «Quilmes, Pepsi, Movistar, Samsung y Sion. Hace poco agregaron una de Halls», recita de memoria el listado de publicidades. «Después las caras de ellos, los de la radio; tengo ganas de tirarles con dardos», se sincera.
La rutina de la familia, que también integran sus dos hijas adolescentes, cambió con este artefacto inmenso que parpadea incansable. «Si querés ver televisión en el living tenés que cerrar las persianas, si querés leer tranquila o usar la computadora, también. Es todo un preparativo cada vez», dice Milena, una de las hijas, instalada en la sala de estar, el lugar donde «ya no se puede estar». Irrita, estresa estar en ese pseudo boliche bailable.
Es de noche, el momento en que el cartel no tiene nada que envidiarle al que aparece en el capítulo del negocio de pollos en la serie Seinfeld. Mientras madre e hija hablan de espaldas a los ventanales sus caras se vuelven rojas, blancas, rojas otra vez. En los cuadros también rebota la luz del armatoste. Cuentan que el espacio central de la casa ahora se usa menos. A veces, prefieren comer en la cocina para no recibir de lleno el impacto del «nuevo integrante de la familia», como le dicen. En la cocina no se escapan por completo, sólo se reduce el efecto. En la ventana que da al patio, ya no se ve el jardín: también se dibuja el cartel. Publicidades, recitales, las caras de los locutores tamaño gigante.
«Cuando hice una reunión por mi cumpleaños, las primeras dos horas toda la gente estaba hablando del cartel, porque es el nuevo protagonista de la casa. Es una invasión total», se lamenta Gloria, que es arquitecta y cuenta lo mucho que le costó conseguir una casa que le gustara. Su casa le encanta, a no ser, claro, por el detalle del cartel. «Cuando mi otra hija festejó su cumpleaños los amigos le decían: ‘Qué linda tu casa, lástima el cartel’, lo dice con pena. Se toma la cabeza. Estar un rato en su casa produce dolor de cabeza.
Recuerda que cuando eligió vivir en esta casona dedicó tiempo a la iluminación. Dicroicas en ambos extremos de la biblioteca; lámparas focalizadas sobre los cuadros, la luz principal más potente, una más tenue en la zona del sillón. Todo quedó anulado. Aún cuando todas las luces de la casa de Gloria estén apagadas, parece que el televisor no cesara nunca.
«Para no tener el parpadeo tendríamos que vivir con las persianas cerradas, herméticas y además colgar frazadas negras para que no se filtre. Y la realidad es que a mí me gusta vivir con las persianas abiertas y me gusta ver la calle y me gusta el barrio y el edificio donde está el cartel, que es un edificio antiguo que tenía un frente que estaba bien. Y me molesta esta situación: que de golpe y porrazo estemos destinados a soportar esto porque alguien decidió hacer un negocio y no hace otra cosa que pasar publicidades que genera ingresos a su empresa y no genera nada que valga la pena», protesta, se enoja cada vez más. Hace un año y el enojo no pasa.
Agotó varias instancias de diálogo: intentó que la atendieran en el edificio de enfrente, trató de conversar con vecinos -como no les da de lleno el cartel, dijeron que en sus departamentos viven como si todas las noches hubiera relámpagos-, hizo al menos siete denuncias en el CGP de su barrio, en el gobierno porteño, una presentación en la Defensoría del Pueblo de la Ciudad, participó de una mediación, pero no tuvo suerte. «Ahí está», dice, señala hacia la luz roja, blanca, roja otra vez.
Gloria pensó en mudarse, pero no le parece justo. «Me gusta mucho mi casa. Me da bronca que me la arruinen», dice. «¡Esa propaganda es la peor!», interrumpe Milena. El cartel es la atención de las miradas. «Cartel luminoso, es una trampa, es una publicidad de Sion», lee en voz alta. «Parece una cargada».
Fuente: La Nacion
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