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Franco Járiton, de 33 años, vive, desde hace 18 días, en un hotel. Sin electrodomésticos propios, sin muebles, sin su auto, sin decenas de objetos personales que tanto le había costado conseguir. Por suerte para él y su novia, Florencia, de 28, este fin de semana podrán mudarse a un departamento y comenzar una nueva vida, de cero. Pero no irán solos. Con ellos se trasladará la tristeza.

Hasta la mañana del 6 de agosto todo marchaba como siempre. El futuro ingeniero químico descansaba en el departamento 7° D que alquilaban en una de las torres de Salta al 2141 que quedaron en pie. Como estaba desocupado desde hacía algunos meses podía descansar un poco más. Pero el sueño se vio interrumpido. Primero, un chiflido; luego, una onda expansiva que, como si él fuera un papel, lo arrastró varios metros.

Desde ahí, el horror. Su hogar ya no tenía paredes. Había quedado como al desnudo. Alcanzaba a escuchar gritos y los transeúntes podían verlo casi al borde del precipicio mientras pedía auxilio. Franco no sólo logró salir con vida y apenas herido, sino que ayudó a una vecina a escabullirse de entre los escombros que cubrían su cuerpo.

«Ya no tenemos nada nuestro», dice. La escasa ropa que logró sacar, no sin esfuerzo, de adentro de los destruidos placares de su departamento está amontonada en la pieza de un humilde hotel donde lo ubicó la municipalidad de Rosario.

Por la onda expansiva, Franco encontró su computadora, totalmente destruida, en un departamento vecino. La escena con la que se encontró en su casa aún lo sorprende: «No puedo creer cómo quedó todo». Su auto, un Volkswagen Gol, quedó debajo de parte de la estructura derrumbada y ya no podrá ser retirado. Es uno de los tantos vehículos que no se quitarán del lugar porque podría producirse un desmoronamiento mayor.

Pero hay que comenzar una nueva vida, afirma la pareja que lleva tres años de noviazgo. Es necesario dar un giro y seguir. Por eso Franco y Florencia se mudarán a un flamante departamento. «No nos cobraron gastos de comisión y nos pidieron sólo una garantía», agradece Franco. Como ese gesto, hubo decenas que emocionaron al muchacho. «Unos chicos de una escuela de educación especial me hicieron unos dibujos para darme fuerza y hasta juntaron plata. Me daba vergüenza aceptarla», cuenta, y la emoción le impide continuar

Fuente: La Nacion
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