Con el Molino y el YCA vuelve el Art Nouveau a la Ciudad

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El Art Nouveau está de fiesta. Días pasados se conoció la noticia de que avanza firmemente la iniciativa de expropiar el edificio de la Confitería del Molino, un hito de la arquitectura y de la vida cultural y política de la Ciudad y el país. La idea es que el subsuelo y la planta baja de la legendaria confitería ubicada en la esquina de las avenidas Callao y Rivadavia recupere su antiguo esplendor. La Confitería de planta baja que cerró sus puertas en 1997 seguramente es recordada con nostalgia por muchos, pero también su inmenso subsuelo guarda un encanto especial. Cuando a fines de los 90 recorrí esa especie de fábrica subterránea totalmente revestida con azulejos blancos todavía tenía las maquinarias y mesadas de mármol y madera donde se elaboraba su exquisita repostería. Ahora la intención es que vuelva a funcionar como confitería y restaurante y para las planta altas se prevé un museo que cuente la historia del edificio y la excelente idea de instalar un centro cultural “De las Aspas” dedicado a promover el arte joven.

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La jugada tiene sus riesgos, ya que se sabe: “el camino al infierno está lleno de buenas intenciones”. Ya nadie duda que el Café Tortoni o la recuperación de la Confitería Las Violetas fueron una buena jugada. Hay horas en que la gente hace cola para sumergirse en el encanto de sus salones. Pero también hay otros casos como el Bar Británico o la Richmond que no corrieron la misma suerte. La Richmond tuvo que apelar a flexibilizar su uso poniendo un local de ropa deportiva para garantizar su supervivencia. El Británico, en cambio, luego de su reapertura en 2007, como no le daban los números volvió a bajar sus persianas.

También la sede del Yatch Club Argentino (YCA) en Dársena Norte, que el pasado 20 de agosto fue galardonado por la Asociación Art Nouveau de Buenos Aires como uno de los Edificios Emblemáticos y Destacados de Buenos Aires, pasó en los años 90 momentos de zozobra.

El suelo donde está asentada esta joyita venía cediendo y la emblemática torre faro que emerge del edificio se inclinaba anunciando un inminente derrumbe. Por suerte la comisión directiva del club tuvo la sabia decisión de hacer lo necesario para salvarlo. Esto implicó, entre otras operaciones de restauración, utilizar una compleja técnica de micropilotajes para reforzar sus fundaciones.

La obra original es de 1915. Y fue proyectada por el arquitecto francés Edouard Le Monnier en este estilo comúnmente denominado Art Nouveau o Arte Nuevo, como prefiere llamarlo el crítico e historiador Jorge Francisco Liernur. Un movimiento que bajó de los barcos entre fines del siglo XIX y principios del XX con la segunda camada de inmigrantes, en plena Belle Epoque. Y que en sus distintas versiones (Art Nouveau belga y francés, Liberty inglés, Floreale italiano, Jugendstil alemán, Modernista catalán, Escuela de Glasgow y Secesión vienesa) y con su festival de formas exóticas y desprejuiciadas irrumpió en Buenos Aires y en las grandes capitales incomodando la sobriedad y el clasicismo de la arquitectura imperante.

El YCA está ubicado en una especie de península en el extremo norte de Costanera Sur, un sitio inmejorable que hace de puerta de entrada al puerto y a la Ciudad. Y como tal, está jalonado por una torre faro seguramente inspirada en arquitecturas como las de la Secesión vienesa. Su frente urbano, hacia ese patio de agua que es Dársena Norte, está compuesto por un cuerpo rectangular que alberga una serie de salas menores. El volumen tiene un particular techo de tejas a dos aguas, asimétrico y con coronamiento curvo. A él se adosa el gran comedor semicircular que se expande y derrama en grandes terrazas con toldos desde donde, como si se estuviera en la cubierta de un barco, se disfruta de nuestro cielo y del infinito Río de la Plata. También las ventanas en forma de ojo de buey, la puerta principal con forma de timón y las barandas aluden al lenguaje náutico tan afín a Le Monnier que, como dato curioso, era un apasionado de la actividad.

El YCA, además del reciente galardón, ya había sido declarado Monumento Histórico Nacional en el año 1995 y es junto a la Nunciatura Apostólica (la ex residencia Fernández Anchorena) uno de los dos edificios más significativos proyectados por Le Monnier en Buenos Aires. Lástima que semejante joya, por ser de uso exclusivo para sus asociados, brinde pocas ocasiones para visitarla. Pero si hasta allí llegamos y no pudimos tramitar la visita, es bueno saber que en este rincón de la Ciudad hay otra perlita. Más modesta pero de gran valor patrimonial. Es la Asociación Argentina de Pescadores, en el borde sur de la Reserva Ecológica, un edificio racionalista también onda naútica, cuyo muelle fue declarado de valor patrimonial por la Legislatura porteña. Pero como dice el amigo Eduardo Parise, esa es otra historia

Fuente: parabuenosaires.com / Clarin
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