Guerra de vecinos por una invasión de palomas en un jardín de magnolia en Recoleta

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Inés García Uriburu vive en una casona centenaria en cuyo jardín hay dos plantas de magnolias, plantadas en el 1900; un vecino reclama que las saque porque sostiene que las palomas invaden el barrio.

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Las magnolias son una de las flores más antiguas en la historia del planeta, son como fósiles vivientes. Por una disputa entre vecinos, dos de estos árboles, que conforman un pequeño jardín en el barrio de Recoleta, corren riesgo de desaparecer. La disputa se desató porque hay algunos vecinos que creen que estos árboles atraen palomas.

Inés García Uriburu cuenta que vive hace 30 años en una casa en Montevideo al 1545. Cuando se mudó allí había dos pequeñas plantas de magnolias cultivadas por la familia de su marido, los Ledesma, dueños de ese caserón de una decena de habitaciones.

«Esta casa fue hecha por Christophersen, lo pueden ver en la fachada«, es lo primero que dice Inés. Su voz suena firme, orgullosa. Se refiere al renombrado arquitecto noruego Alejandro Christophersen, que realizó sus más destacadas obras en Buenos Aires. «La casa ya cumplió 100 años. Costó mucho mantenerla. Hubo momentos en que hubiera sido más fácil tirarla abajo y aprovechar el terreno, pero toda la familia consideró que era más importante conservar una linda casa de un gran arquitecto que hacer un buen negocio».

La casona de tres pisos que Inés ocupa desde que se casó, épocas de convivencia con la familia de su marido y una tía, fue declarada patrimonio histórico de la ciudad. Desde entonces, se conserva todo intacto. Entre otras cosas, las magnolias, consideradas desde siempre una belleza intocable en la familia.

Inés exhibe una foto en sepia del jardín a mediados del 1900. Los árboles, aún pequeños, no tenían flores. La docente de Botánica de la UBA Liliana Fabri explica a LA NACION que, según los tipos de magnolias, algunas pueden demorar hasta quince años en florecer. «Acá se ven las magnolias jovencitas. Estos edificios que ves por la ventana son más nuevos que los árboles», dice. Señala hacia fuera, desde donde se cuela el perfume de azahares por el ventanal que da al patio.

Ella continúa con la historia de la casa, que es también la historia de esas flores tradicionales en la familia. «En un momento era una casa entera de familia. Después, por cuestiones económicas hubo que dividir la casa y empezar a alquilarla por partes», cuenta. Parece resignada, no del todo contenta con la idea. El ajuste también llegó a la zona de las magnolias, pero sobrevivieron como patrimonio familiar. «Tuvimos que vender algunos terrenos de alrededor, porque el verde que rodeaba esta casa llegaba hasta la plaza Vicente López», aclara. Las magnolias quedaron en el predio familiar. No tuvo la misma suerte un gomero añejo. «Cuando se vendieron los terrenos tiraron abajo un gomero enorme», recuerda ella.

Así, Inés empieza a acercarse al relato de esta cruzada ecológica que, para ella, tiene un sentido humanitario. Cuenta que, sobre todo un vecino, se empecinó en reclamarle que saque los árboles del patio porque -sostiene él- atraen a las palomas, bichos que ensucian también su patio, contiguo al de Inés. LA NACION intentó hablar con el vecino para conocer su versión de los hechos, pero él prefirió no dar declaraciones.

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Ambos tuvieron reuniones, discusiones informales y, también, con mediadores extra judiciales. Hace varios meses de esto y aún no pueden resolver este conflicto. «No tenés por qué matar un árbol por la estupidez de que las palomas ensucian. Si me dijeras que el árbol rompe la medianera, que trae humedad, okey, comprendo que habría que sacarlo», opina. «Defiendo a los animales y a las plantas y creo que la ciudad necesita verde. Es como un pulmón de vida el que hay acá«, dice. Desde su balcón se tiene una perspectiva de cómo sus magnolias son un manchón verde que sobrevive ajustado entre torres de cemento y vidrio.

Los argumentos que le expuso su vecino son que las magnolias «le invaden su espacio aéreo», que además «le quitan luz» y, el más fuerte, que «atrae palomas» que traen suciedad. «Le contesté que si quería luz por qué vivía en una planta baja en Barrio Norte», cuenta Inés. «Me sacó carpiendo», agrega, se ríe como para ponerle humor a su problema de vecindad. «También le dije que, por ahí, sus vecinos de más arriba estaban complacidos en tener las magnolias». Pero no hubo caso. Sobre las palomas, Inés reconoce que es cierto que son como una plaga en el barrio y que ensucian todo.

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«Está muy invadido por palomas. La verdad que sí», dice Inés. Pero no está tan segura de que las magnolias atraigan estas aves que, ambos acuerdan, son un problema en esa zona paqueta de Buenos Aires. «El patio de atrás está todo sucio por desechos de palomas y no hay ningún árbol», dice, como para contrastar la hipótesis de su vecino. Las baldosas del patio donde se estaciona un auto BMW están salpicadas de una lluvia blanca y gris. «Hay que baldear todos los días porque está todo lleno de suciedades de palomas. En las terrazas también. Es una invasión», coincide con su vecino.

Las palomas llegan y anidan entre las ramas de los árboles. El patio que las aloja es un rectángulo delgado, húmedo, en sombra. También se ven otras especies de aves sobrevolando entre los árboles en disputa. «Ahí hay gorriones», dice. Señala hacia las flores. Inés cuenta que en horas de la mañana también hay un zorzal que canta. «Es un zorzal divino, sólo que canta desde las cuatro o las cinco de la mañana. Nada es perfecto», bromea. En verdad, se siente una afortunada. «Lo único que falta es que algún vecino quiera matar al zorzal«, dice, y se ríe de nuevo.

SOBREPOBLACIÓN DE PALOMAS

¿Las magnolias son especialmente atractivas para las palomas? El veterinario especialista en aves Adrián Petta, médico de planta del Hospital Escuela de la Facultad de Veterinaria de la UBA, explica a LA NACION que «es totalmente irreal» esa presunción. «La paloma busca un lugar con seguridad, un árbol, una estructura edilicia, por ejemplo. No tiene tendencia a elegir una planta en particular». Según define, las palomas son «animales oportunistas», que van aprovechando distintos lugares en diferentes épocas del año.

En la ciudad viven dos especies: la común, «de plaza», oscura, grande, que es oriunda de Europa (es la columba livia ); también hay una paloma más pequeña, entre gris y amarronada, la paloma «torcaza», de la que hay una sobrepoblación.

Ese mismo «oportunismo» es el que trajo esta sobrepoblación a Buenos Aires. El experto sostiene que una de las hipótesis más serias que se manejan es que la ciudad se llenó de estas aves por la gran sequía que sufrió el campo en la provincia de Buenos Aires hace dos años. «Los animales empezaron a migrar donde había agua. Las palomas se fueron a los centros poblados porque ahí corrían menos riesgos que en el campo. A la vez, aparecieron otros animales, los rapaces, como halcones, caranchos, chimangos, porque comen palomas», se explayó el especialista.

 

Según dice, hay una sobrepoblación -prefiere no hablar de plaga- en la mayoría de los barrios porteños y los pulmones de manzana, sitios donde no hay viento ni frío, son lugares ideales para refugiarse. «La paloma no se va a mover, cuando se acostumbra a un lugar no se mueve. De ahí que sea complicado combatirlas. Hay que aplicar un plan integral contra las palomas», sostiene el médico veterinario. Cree que el costo político de eliminarlas es alto -existen grupos de defensa de las palomas- y también demanda una fuerte inversión monetaria. Petta estima que sólo se tomará esta medida si se desencadenara un riesgo sanitario importante.

«Además de producir daño físico a estructuras por la materia fecal, que elimina ácidos corrosivos, están las enfermedades que la paloma puede contagiar a seres humanos», dice. Esto se produce si alguien entra en contacto directo con la paloma o si aspira sus estornudos. Para él, las palomas son «ratas con plumas».

Inés no sabe de medicina veterinaria. Tampoco se quiere meter en políticas públicas. Es jubilada y pretende encontrarle una solución a este conflicto. «No sé cómo combatirlas, pero sacando árboles seguro que no», arriesga. Dice que va a seguir reclamando. Cuando hace unas semanas publicó en LA NACION una carta de lectores en la que contaba brevemente esta historia le llegaron decenas de mensajes de otros vecinos y, también, de personas desconocidas, incluso de otros países. Recuerda la palabra de una señora que la emociona: «La magnolia es la gloria de la manzana», le decía. Un señor de Uruguay le habló de la «inocencia» y la «frescura» de defender un árbol, en un mundo tan lleno otros problemas. «Pero tenés razón, me dijo», cuenta ella. También la contactó un antiguo vecino de la cuadra. «Viví en esa manzana y hasta en el piso once donde yo vivía llegaba el perfume de las magnolias. Defendélas», le pedía.

Fuente: La Nacion
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