La escritura sirve entre otras cosas para precisar el mundo y descubrirlo. Preguntarnos por inquietudes y advertir dónde estamos metidos.
Para eso sirve de vez en cuando. Por eso escribir puede salvarnos.
Salvarnos de algunas cuestiones, que pueden ser menores o mayores.
Pero salvarnos al fin.
Quizás detenerse en la hoja en blanco es una oportunidad para eso. Para indagar, percibir y advertir. Con ánimo de poder incidir en la realidad y cambiar las cosas. Una instancia más virtuosa que la enojosa queja o protesta que embandera el desencanto.
Salvo que tenga una finalidad productiva. Transformadora.
Todo sea por esos pitidos de cochera que nos abruman en la ciudad de Buenos Aires. En verdad, no nos abruman a todos. Pero sí a unos cuantos. En especial a quienes disfrutamos del silencio y el beneficio de vivir con mayor tranquilidad.
Es raro que en tantas cuadras haya tantos pitidos. Unos se superponen con otros. Y se activan sin pausa, porque siempre están saliendo autos. O personas.
Lo importante es que permanecen emitiendo ruido. Perturbando.
Inalterables.
Son provocativos, insistentes y cizañeros.
Incansables y cumplidores.
La vida en Buenos Aires viene con pitidos de prepo. Para todos y todas.
¿Cómo incidirán esas alarmas en el clima de las calles? ¿Favorecerán la calma? ¿Perjudicarán el estrés? ¿Serán otra pizca más que estimula el enojo en las calles porteñas?
Lo cierto es que vivimos inmersos en esos ruidos intermitentes. Que podrían silenciarse para mejorar la calidad de vida de todos y reducir la contaminación sonora en la ciudad.
Es cierto que no vamos a cambiar el mundo si mañana se apagan los pitidos y quedan solo las luces de entrada y salida de autos en las cocheras. Como ocurre ya en algunos edificios.
Pero vamos a vivir con más silencio.
Sin incitar el estrés. Y favoreciendo la calma.
Y aquí tendría que terminar e irme. Marcharme como un angelito disciplinado que fue consecuente con su misión. Se arremangó y puso manos a la obra.
Para ver si cambian las cosas.
Pero quizás con eso no sea suficiente para llamar la atención. Es necesario rebelarnos. Estampar la furia de algún modo.
Así que sigo un poco más repudiando la torpeza de esos sonidos que perjudican el bienestar en la calle.
Que son innecesarios.
Perjudiciales para la salud. Y para la sana convivencia.
Hagamos algo por favor.
Antes de que algún loco salga descerebrado a arrancar todas las alarmas.
Dios quiera que ocurra.
Si estoy enojado, sepan disculpar. Es que esos pitidos de mierda me tienen re podrido.
Fuente: Juan Valentini* / Infobae
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*Juan Valentini es autor del libro de superación personal El Campeón: Filosofía Práctica para ganar en el juego e imponerse en la vida. (Gran Aldea Editores).
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