La reseña de las fuentes de la contaminación sonora podría ser muy extensa. Pero basta con enunciar la conclusión de que no hay error alguno en la medición que para nuestra ciudad determina un nivel sonoro constante de entre 70 y 80 decibeles. De acuerdo con la OMS, el oído humano tolera hasta 70 decibeles, aunque el tope normal es de 40 decibeles. Pasados los 90, el ruido se torna dañino y por arriba de los 120 (en las discotecas, por ejemplo), se convierte en doloroso.
Esos topes no son para nada infrecuentes en la zona céntrica porteña, desde hace años plagada de arterias e intersecciones harto ruidosas. Lo alarmante radica en que la contaminación sonora se ha expandido y ha invadido los barrios, antaño silenciosos. Parque Chas y Belgrano poseen los más elevados índices de contaminación sonora matinal; por la tarde, ese flagelo se traslada a Palermo y Montserrat, mientras que por la noche se radica en las inmediaciones de la terminal ferroviaria de plaza Miserere.
Afortunadamente, la Legislatura local acaba de aprobar el proyecto de ley de control de la contaminación acústica. Ese texto contiene la aspiración de someter a sus disposiciones «cualquier actividad pública o privada y, en general, cualquier emisor acústico que origine contaminación por ruidos y/o vibraciones que afecten a la población o al ambiente y esté emplazado o se ejerza en el territorio de la ciudad, sin perjuicio de lo establecido por la legislación vigente…» A ese efecto, se entiende por contaminación acústica la introducción de ruidos o vibraciones en niveles que produzcan alteraciones y molestias o que resulten perjudiciales para la salud.
Asimismo, la Asociación Civil Oír Mejor volvió a convocar a expertos argentinos y extranjeros con la sana intención de abordar el tema de la insidiosa invasión de los ruidos molestos. Entre otras importantes conclusiones, se determinó que los habitantes de las ciudades no tienen información concreta acerca de los daños orgánicos provocados por la exposición al ruido y ello los perjudica en grado sumo.
Es menester que la legislación nos proteja de los ruidos molestos y sancione a quienes los originan. Así y todo, ningún progreso será factible si la población no es educada en el sentido de comprender y admitir a carta cabal que la emisión de ruidos y vibraciones exagerados provoca la contaminación sonora y atenta contra la convivencia, razón por la cual hacerle frente es una obligación cívica que nadie debería eludir. .
¡Reciba GRATIS nuestros boletines de Peritajes Edilicios, Arquitectura Legal y Acústica Legal por email!