A tres días del derrumbe de un edificio en pleno centro de Buenos Aires, siguen los trabajos para apuntalar los restos que quedaron en pie, por lo que los servicios y el tránsito se encuentran complicados en la zona. Mientras tanto, un hombre de 74 años continúa desaparecido y su hijo teme que haya quedado bajo los escombros.
«Una vez que se afirme lo que queda del edificio se puede llegar a seguir trabajando con posibilidad de rescatar algunas cosas o una persona que estamos buscando desde el viernes», dijo el ministro de Seguridad porteño, Guillermo Montenegro, desde el lugar del derrumbe. La última referencia es Isidoro Alberto Madueña, un jubilado de 74 años, que vivía en un departamento del tercer piso del cuerpo que cayó el viernes. Su hijo Mariano cree que puede estar debajo de los escombros.
Al respecto, Montenegro dijo que «hay versiones encontradas». «El encargado dijo que este hombre era hipoacúsico y que una vez que el gobierno porteño y bomberos dispusieron la evacuación, no lo había visto. Sin embargo, otras personas dijeron que sí lo vieron y la familia que lo llamó el miércoles no logró comunicarse con él desde ese día», añadió.
También continúan embargadas por la angustia y la incertidumbre las 220 personas que fueron evacuadas el viernes, algunas por temor a que nuevos desprendimientos afecten el área y otras a quienes el derrumbe dejó –literalmente- sin techo.
Vecinos de las viviendas que se encuentran a la vuelta y enfrente del edificio pudieron regresar hoy por unos minutos. «Pueden ingresar para retirar sus pertenencias en forma rápida y acompañados por personal del Buenos Aires Presente (BAP) y de Emergencias», informó una fuente de la Policía Metropolitana.
Mientras tanto, en las manzanas afectadas por el derrumbe siguen sin servicio de luz, gas, ni agua. Y el subte A sólo cumple un recorrido reducido entre Carabobo y Plaza Miserere. El tránsito continúa cortado entre Talcahuano, Perón, Rivadavia y Cerrito, lo que provoca serias congestiones en el tránsito.
Fuente: www.clarin.com
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Carlos Vaca, jujeño de 56 años, se acerca a la valla que rodea la manzana de la que fue su casa durante 23 años, en el edificio de Bartolomé Mitre 1232 que parcialmente se desplomó el viernes último. Lo acompaña su esposa, Teresa. No los dejan pasar y nadie les da respuestas sobre lo que pasará con sus bienes. «De un momento a otro nos quedamos sin nada. Adentro quedaron todas nuestras cosas, la computadora de los chicos, todo lo que compramos con esfuerzo», dice. «Además, había recuerdos de los nietos, cosas con valor sentimental».
Este vecino de San Nicolás, el barrio donde está el edificio de 10 pisos que se derrumbó, cuenta que fueron momentos de desesperación. Cerca de las 4 de la mañana fue quien llamó a Defensa Civil cuando su departamento empezó a ceder. Los ingenieros que se acercaron le dijeron que no había riesgos de derrumbe, que se tranquilizara y que transmitiera esto a sus vecinos que estaban como locos. Así lo hizo, convencido, poco antes de que se cayera uno de los cuerpos del edificio donde vivía con su mujer y sus tres hijos.
Desde entonces, todo fue tragedia en su vida, históricamente llena de dificultades. Carlos cuenta que empezó a trabajar a los 10 años en el cultivo del tabaco. A los 12 años falleció su mamá y desde entonces empezó el peregrinar con su padre y sus hermanos como trabajadores rurales «golondrina» por todo el país. Anduvieron por Salta, Córdoba y Mendoza hasta que Carlos decidió venirse con un hermano a Buenos Aires. Tenía 15 años. «Dije basta. Me quedo acá. Cambié distintos trabajos hasta que conseguí este trabajo que tengo hace años como chofer», relata.
De esos años de «vivir para trabajar», como define Carlos el manejar un taxi 15 horas diarias, logró ahorrar unos pesos, más algo de dinero que le prestaron, más la venta de todo lo que tenía -remató televisor, anillos de su madre y la videocasetera, detalla- consiguió comprar el departamento que hoy es un montón de escombros. «Imaginarme que podía tener algo en Buenos Aires era impensable, porque yo estaba allá en Jujuy sentado en una piedrita, descansando para volver a la cosecha del tabaco. Pero lo logré, ¿y ahora me pasa esto?», dice entristecido más que enojado, con ese temple bien norteño.
Luego, remata su relato con un episodio reciente. «Estábamos almorzando en la plaza ayer y mi hijo de 13 años me dice: «Papá, ¿te das cuenta? ¿tanto trabajar? Ahora, ves, igual perdimos todo, no tenemos dónde estar»». Carlos no supo qué contestarle a su hijo. En cámara, ahora, tampoco puede responder. No tiene más palabras que su impotencia: «Me maté trabajando y esto no puede ser».
Carlos se despide. Detrás suyo se oyen historias similares. Grupos de vecinos del edificio que se derrumbó y otros de lugares cercanos que fueron evacuados por precaución, instalados en las calles, esperan.
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