Si, ya sé, no todos odian a las torres. Hay muchos que las quieren: los que viven en ellas, los que las diseñan, los que las construyen y, sobre todo, los que las venden. Pero también son muchos los que las miran con cara de pocos amigos y las acusan de todos los males del barrio.
Las torres son una fuente de problemas porque Buenos Aires crece para adentro, demoliendo edificios viejos para construir otros más grandes. Las obras generan ruidos, suciedad y su resultado nos quita luz y ese pedazo de cielo que veíamos todas las mañanas. Además, muchas veces, lo nuevo es de peor calidad que lo viejo. El tema se complicó porque la gente empezó a llamar torre a cualquier construcción que superara la altura media de sus vecinos; como edificios de 12 pisos entre medianeras que pasarían inadvertidos en el Centro, pero junto a casas de una planta, son repudiados.
Para los arquitectos, las torres son otra cosa: prismas altos, con mucho aire alrededor y en un terreno grande. Y nos gustan porque dejan más espacio libre que un edificio común y permiten diseñar ambientes bien ventilados e iluminados. Pero en general, las torres son mejores cuando están juntas, separadas de otros edificios. De cualquier manera, tanto la gente que las odia como la que las ama, tiene motivos que van más allá de lo funcional: La profecía del ascenso social.
Para los que les encantan, las torres ofrecen la metáfora más directa del progreso económico. Muchos piensan que mientras más arriba vivís, más subís en la escala social. Y aunque muchos prefieren tener los pies sobre la tierra y no se anotan en esa carrera ilusoria, a nadie le gusta que lo miren de arriba y, encima, le quiten ese rayo de sol que lo hacía feliz.
Fábrica de status.
La altura produce discriminación hacia afuera y hacia adentro del mismo edificio. De hecho, nadie quiere vivir en el primer piso de una torre, y todos anhelan el último. Los inversores saben qué quiere la gente y, en las últimas torres, los departamentos que hubieran ocupado hasta el tercer nivel ya no existen. Allí hay aire o la portería. Para los desarrolladores, los primeros 10 pisos de las torres super altas son un clavo. No sería raro que pronto hagan un coloso de 100 niveles con los primeros 20 vacíos y un cartel en la terraza que diga: “¡LOSERS!” Odio a primera vista.
Las torres te caen antipáticas de entrada. La obra empieza con una estridente demolición, camiones y polvo. Antes de los tres meses, los vecinos están pidiendo: “¡la hora referí!”. Pero la construcción dura dos años y es un golpe de nocaut a la autoestima del barrio. Después de probar sus sinsabores, todos están ansiosos por que termine. Al final, agradecen a Dios aunque ya no gocen de ese cielo azul que todos vemos (veíamos).
Amigos son los amigos.
El primer cambio que se nota con la torre terminada es que los recién llegados no saludan. No tienen los códigos del barrio y, además, vos tampoco terminás de conocerlos porque la torre triplica los habitantes de la cuadra de un día para el otro. Para los nuevos, el barrio es hostil, el recuerdo de un pasado que prefieren olvidar. Para ser más amigables, las torres podrían aportar algo al barrio. No vendría mal, por caso, que dejaran una parte de su terreno para armar una placita para chicos. O unos bancos, no sé, algo.
La muerte de las ideologías.
Las torres seguirán creciendo en los barrios porque son un negocio y nadie es inmune al dinero. Hace años empecé a remodelar mi PH y justo enfrente, Moira y Fede (una pareja de arquitectos) estaban haciendo una casa bien canchera. Un día, Moira me tocó el timbre desesperada: “¡Miguel, quieren construir torres! ¡Tenemos que juntar a los vecinos, no nos van a arruinar el barrio!”. No terminé de encontrar mi pancarta de “ … castigo a los culpables” para reciclarla cuando me enteré que inescrupulosos inversores habían hecho una oferta por el terreno de mis amigos. Moira y Fede vendieron, se compraron dos casas en otro barrio y me dejaron un bruto edificio frente a mi dormitorio. Ahora estoy esperando mi oportunidad … no me voy a regalar.
Por MIGUEL JURADO (Editor de Arq)
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[…] brisas cruzadas y mejores vistas o, al menos, más abiertas y largas sobre el paisaje circundante. Claro, para los que viven en ellas son fantásticas; pero un incordio para los vecinos: las sombras …. Y además, desde arriba, invaden la intimidad de los demás. Se asoman a patios, terrazas y hasta […]
[…] ocurre por la descontrolada cantidad de edificios que se construyen, sin regulación , sin suficientes cocheras, cambiando la fisonomía de los barrios y generado […]
[…] cabe aclarar en primera instancia que los arquitectos, los ingenieros, los constructores y desarrolladores, al igual que los habitantes y funcionarios, son al mismo tiempo actores y espectadores de los […]