Hasta hace un mes, Pablo Galli (41) era el dueño del Orion Gym, un gimnasio con dos plantas y unos 200 clientes, que pagaban $ 90 por mes. Pero el 9 de agosto todo se desplomó: el edificio no soportó la excavación en una obra lindera, en Mendoza y Triunvirato, y cayó sobre las 15 personas que estaban adentro y todos los aparatos, que quedaron “doblados como chapitas”. Hubo tres muertos : Guillermo Ramón Fede (37), Luis Lu (23) y Maximiliano Salgado (18) y once heridos. “No puedo dejar de pensar en ellos y en sus familias. No me puedo reponer y es eso lo que quiero volver atrás. No me importa si no vuelvo a tener un gimnasio”, dice Galli en diálogo con Clarín .
La madre de Salgado ya se presentó como querellante en la causa por homicidio culposo contra Guillermo Heyaca Varela, el ingeniero civil a cargo de la obra. Y dijo que también responsabiliza a los funcionarios del Gobierno porteño que no controlaron la obra y a Galli. “La entiendo, porque tengo un hijo de 8 años y si le hubiera pasado lo que a Maxi, yo odiaría a todo el mundo. Si yo no puedo manejar la muerte de su hijo, ¿cómo la va a manejar ella?”, se pregunta él, sentado junto a su esposa Patricia en la oficina del abogado que acaba de contratar, Roberto Damboriana.
Galli también pidió ser querellante. Damboriana dice que hay que investigar los delitos de homicidio, estrago doloso y daños. Y afirma que accionarán penalmente contra el constructor y el que manejaba la excavadora , y por daños civiles, contra el dueño del inmueble, el constructor, el director de la obra y la Agencia Gubernamental de Control de la Ciudad.
“Esto a mí me excedió –repite Galli–. Si se hubiera caído un avión sobre el gimnasio hubiera sido lo mismo. No pude intuirlo ni preverlo. No pude hacer nada”. Galli alquilaba los dos pisos donde funcionaba Orion desde diciembre de 2006. “No hice cambios estructurales, sólo lo pinté, le cambié los pisos y revestí las paredes con 18 paneles de espejos”, cuenta.
No hubo señales en los días previos, aunque el polvo obligó a Galli a cerrar los balcones “porque la gente salía y después ensuciaba los pisos”, afirma. Pero dice que no es verdad que los tuviera clausurados por algún peligro.
Aquel 9 de agosto, desde las 8 Galli empezó a oír el “pip, pip” de alerta de una excavadora. Un hormigueo en su escritorio le indicó que algo andaba mal, a las 15.30. Buscó al capataz de la obra, que le dijo que no era nada , pero que igual revisaría la medianera. Galli lo acompañó y vio que habían hecho un pozo profundo en todo el lote, pero que no estaba el soporte de contención prometido.
No había nada raro en el Orion, hasta que todo se precipitó. Los vidrios de las puertas del balcón estallaron, cayó un ventilador de techo, los espejos explotaron. “Nos miramos con Guille (Fede) y sus ojos fueron lo último que vi. Estaban tan abiertos como estarían los míos. Hoy los sigo viendo constantemente”, dice Galli, quebrado.
Al lado de Galli estaban Alejandra y María, dos hermanas. “Nos vamos a morir de viejitas, tomando el té”. “Vamos a ir con Pablo a correr la media maratón”, alentaban. A él le costaba respirar y de la boca le salía sangre con arena . Por su celular había podido hablar con el jefe de Bomberos, que le preguntó dónde estaba. “Le dije que en el primer piso y él repitió, ‘Dice primer piso’. Ahí me di cuenta de que ya no había primer piso”.
El teléfono de Galli sonaba continuamente y se iluminaba. “En la pantalla tenía una foto de Tomás, mi nene, que se iba tapando con arena. Yo la soplaba porque pensaba que si lo dejaba de ver, no lo iba a ver nunca más. Para entonces, ya no sentía más el cuerpo”.
El sonido de martillos neumáticos se acercó y Alejandra les marcó a los Bomberos dónde estaban tirando piedras. A ella y a su hermana las sacaron primero. “A mí me pidieron que aguantara, estaba más complicado. ‘No aguanto’, les decía. Al final, llegó un bombero, Eduardo, que me pasó una sonda con una cámara y un micrófono para hablar con su jefe. Me dijo que iban a inflar un par de globos para sostener las estructuras y sacarme. Como no aguantaba más, Eduardo se metió solo, me sacó la mancuerna del torso y la piedra de la cabeza, llamó a otro bombero y entre los dos me liberaron”.
Galli salió en camilla, con tres costillas fracturadas y sangre en la pleura . “Habían pasado más de dos horas, pero para mí fueron 15 minutos”, cuenta. Estuvo cinco días en el hospital Italiano. Recién dos días después se animaron a contarle que había muertos. Hoy quiere contactarse con sus familias y los recuerda: “Guille era el único que tomaba una bebida naranja-durazno y yo la compraba sólo para él. Luis Lu era coreano y le decíamos Lulu. Poco antes del derrumbe me dio un beso. Estaba transpirado, con la cara calentita. Maxi era el único de su grupo de adolescentes que me saludaba siempre. Esto es lo que voy a tener que llevar de por vida. La muerte de esos tres chicos”.
Por Nora Sánchez
Fuente: www.clarin.com
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