LA SITUACIÓN SOCIAL: Quedó encajonada entre las viviendas que avanzan a lo ancho. Y hay gente que rompe los cercos y cruza, o quema basura junto al asfalto. Por la cercanía, además, es un problema de seguridad vial.
La villa de Retiro, la más antigua de la Ciudad, no para de crecer: hacia arriba –ahora mismo construyen un precario edificio que ya suma seis pisos –, pero también hacia los costados, y a solo metros de la traza de la autopista. Lejos quedaron los años en que los conductores tenían una visión cenital del asentamiento. Mano hacia el Centro, los vecinos edificaron una tira de casas que apoyan sus medianeras en el cerco junto al guardarrail; algunas incluso tienen ventanas hacia la Illia. Los vecinos cuelgan la ropa recién lavada, queman basura junto al asfalto, rompen los cercos y cruzan la traza en cualquier momento del día. El crecimiento exponencial plantea una convivencia peligrosa para todos: para los conductores, para los trabajadores de la autovía y para los vecinos del asentamiento. Aunque no existen datos oficiales actualizados, se estima que unas 40 mil personas viven en las villas 31 y 31 Bis.
“Es raro lo que pasa con la villa. La transformación del lugar es impactante, porque durante muchos años era un lugar que sabíamos que estaba pero era invisible a los ojos de quienes transitábamos la Illia. Ahora, cuando vengo a Buenos Aires, miro hacia ciertos edificios e identifico los cambios: como crecen hacia arriba, veo a las personas que viven allí, lo que tienen en sus balcones, en las terrazas e incluso en el interior de sus casas. Poco a poco el skyline de la villa se fue confundiendo con el de la Ciudad”, opinó Juanjo Carreras. Vivió toda su vida en el Norte: nació en San Isidro y ahora vive en un barrio de quintas en Tortuguitas. Es diseñador industrial y tres veces por semana llega a la Ciudad a trabajar. La postal que describe Carreras es la misma que tienen frente a sus ojos los 80 mil conductores que todos los días transitan la Illia. La autopista dejó de ser una suerte de promontorio para quedar acosada por las precarias construcciones: incluso usan sus estructuras como techos y paredes, o como apoyo de los tanques de agua.
Pero además, la autopista termina siendo depositaria de todo tipo de objetos. Por aquí y por allá se observan papeles, partes de juguetes de los chicos, ropa que se descuelga de las sogas, basura de todo tipo, trozos de mampostería y piedras, muchas piedras; como la que el jueves impactó en el auto de Clarín, mientras fotógrafa y cronista trabajaban sobre la traza de la autopista.
En tanto AUSA (la empresa de la Ciudad que administra las autopistas porteñas) se muestra impotente frente a la situación: refuerzan los turnos de limpieza y cambian los cercos cada vez que es necesario, porque los vecinos los rompen para cruzar sobre la autopista, sorteando el tránsito. Para peor, el piquete récord de enero –cuando estuvo cortada durante ocho días– dejó la traza muy deteriorada. “Es un trabajo complicado, porque aunque la enorme mayoría de los vecinos no se meten con nosotros, muchos otros sí. Nos amenazan, insultan y nos arrojan piedras. La cosa está complicada”, admitió un operario de la empresa, que prefirió guardar su nombre.
Según informó AUSA, el año pasado ejecutó a nuevo el pavimento de la salida a Castillo –que utilizan los camiones para ir hacia el Puerto– con hormigón. “Se realizó la obra porque el pavimento asfáltico estaba deteriorado. En ese tramo, desde el asentamiento, se vierten líquidos de todo tipo, casi de manera permanente. El líquido, más el paso de los camiones, provocaban hundimientos en la calzada”.
Más allá de la situación de vulnerabilidad de quienes viven en la villa, hay también una preocupación en relación a la seguridad vial. “El entorno ideal de una autopista debería estar despejado. Un entorno conflictivo, como es el de un barrio con construcciones precarias, conspira contra la seguridad vial. Tanto desde el asentamiento hacia la autopista, como en sentido opuesto, se desprenden objetos que pueden provocar accidentes. Por eso es indispensable contar con zonas libres en los alrededores” explicó Gustavo Brambatti, del Centro de Experimentación y Seguridad Vial (CESVI Argentina). Y destaca el uso de los guardarrail: “Están pensados para contener impactos, pero no pueden contenerlos a todos. Hemos visto como, frente a ciertos ángulos de choque, el guardarrail queda destruido. Pensemos qué podría sucederle a una vivienda precaria que se apoya en el guardarrail”, reflexiona Brambatti.
Aunque existe una ley, un proyecto de urbanización consolidado, decenas de obras en curso y miles de familias interesadas en cambiar el rumbo de la historia en la villa, la solución a los problemas estructurales y de convivencia con la autopista se intuye improbable; casi como esperar que el asentamiento pare de crecer hacia arriba
Fuente: Arq. Clarin
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