La familia Pelorosso debió abandonar su departamento tras el desmoronamiento, en noviembre de 2011; hoy, dicen que nunca recuperaron sus pertenencias y exigen respuestas
Aunque uno de los cuerpos del edificio siguió en pie, todos debieron evacuarlo por seguridad. Quedaron dentro las pertenencias de los propietarios, que una sola vez lograron entrar para sacar lo que
Miguel Pelorosso y su familia vivían en el 6° A del primer cuerpo del edificio. Cuando el segundo cuerpo se derrumbó, Miguel y su hijo Franco, que tenía entonces 14 años, estaban en Mendoza; su esposa, Sandra, estaba trabajando, y Martina, la hija menor, de 12 años, estaba en el colegio. «Es como que hoy salgas de tu casa a trabajar y de pronto te digan que no podés volver. No tenés adónde ir», intentó explicar Pelorosso.
El 15 de diciembre de 2011 las autoridades permitieron a los propietarios subir a sus departamentos para sacar algunas pertenencias. «Tuve unos cuarenta minutos para rescatar lo más importante; fui con un bombero, dos policías y dos operarios de Defensa Civil que me apuraban», recuerda Pelorosso. En minutos armó bolsas con algunas cosas, mientras los agentes filmaban todo. «Sentís que estás saqueando tu propia casa», afirmó. Cuando terminó, puso llave en la puerta, a la que cruzaron una faja que él y sus acompañantes firmaron. Las autoridades le prometieron que más adelante podría sacar el resto.
Pero ese día nunca llegó. En enero de 2012 se enteraron de que los que tenían su casa entre el primero y el quinto piso podrían hacer una mudanza. Los de más arriba no, porque había peligro de derrumbe, según les decían. «Mi departamento estaba justo en la parte de retiro del edificio, y mi balcón daba al del quinto», contó Miguel, quien pidió que lo autorizaran a subir. Lo que él pretendía era sacar la ropa y algunos recuerdos. Pero no tuvo suerte; nadie se lo permitió. «Quedó de todo, Viagra 50 mg desde los electrodomésticos hasta las fotos de la abuela», recordó.
Sandra también contó que empleados de la fiscalía 38a le dijeron que pagaran a la gente de la empresa de demolición para que los ayuden a sacar sus cosas. «Hicimos todo, hablamos con todos, para que nuestros hijos vean que no bajamos los brazos», afirmó Miguel, aunque no tuvieron resultados.
«Ya no nos importa lo material; nos interesa lo otro, los recuerdos, nuestra historia. Hasta las carpetas del colegio de los chicos se llevaron», contó angustiado Miguel, a quien junto con su casa se le derrumbó parte de su vida.
Por María Eugenia D’Alessio
Fuente: La Nacion
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