Hay quienes eligen su próximo hogar mirando el entorno: el verde, la seguridad, el silencio, el aire limpio.
Eligen un barrio cerrado o un desarrollo residencial porque “ahí está todo resuelto”.
Y lo que compran —creen— es una vida tranquila en una casa sólida.
Pero con demasiada frecuencia, la realidad que espera detrás del portón no es la que se firmó en la promesa de venta.
La casa majestuosa puede tener bases mal hechas.
El living soñado, humedad en las paredes.
El drenaje invisible, un sistema que en vez de escurrir el agua, la acumula.
El entorno puede ser perfecto.
La construcción, no tanto.
La postal es impecable: calles tranquilas, casas con pileta, árboles alineados y vecinos con sonrisa.
Pero el verdadero valor de una vivienda no se mide por el entorno, sino por la calidad con la que fue construida.
Y ahí es donde aparece el vacío:
¿Quién inspecciona la calidad estructural antes de la venta?
¿Quién exige certificados técnicos reales?
¿Quién verifica que lo firmado en los planos se haya ejecutado tal como corresponde?
Lo que no se ve, no se controla.
Y lo que no se controla, no tarda en agrietarse.
La ilusión de estrenar una casa puede durar semanas.
Después, llega la filtración en el cielorraso.
La fisura que atraviesa una pared “sin razón aparente”.
La humedad que brota desde el zócalo.
La puerta que ya no cierra porque la casa empezó a asentarse… mal.
En muchos casos, se repite el mismo patrón:
– Cimentaciones deficientes que no respetan el suelo donde se construye
– Humedad ascendente por falta de barreras impermeables
– Sistemas de drenaje mal ejecutados que terminan generando más agua estancada
– Materiales de baja calidad, usados sin control
– Canaletas perimetrales improvisadas, que se convierten en reservorios de problemas.
Y todo esto sucede en viviendas que se entregan como “terminadas”, “habitables”, “listas para disfrutar”.
Pero no hay confort donde la estructura se fisura, el agua entra y nadie se hace cargo.
En muchos barrios cerrados, las casas se entregan con la llave en la mano, pero sin planos aprobados.
O con planos “dibujados” que no coinciden con lo construido.
O con firmas de profesionales que nunca estuvieron en obra.
Y cuando aparecen los problemas, empieza la danza de los desaparecidos:
El vendedor ya no responde.
El arquitecto “solo firmó”.
El barrio “no se mete en lo que pasa dentro de cada lote”.
Y el propietario, que invirtió millones creyendo que todo estaba en regla, queda solo. Sin respaldo. Sin solución inmediata.
Lo peor: muchos ni siquiera saben que están comprando una casa con vicios ocultos, con riesgo estructural, o sin habilitación real para ser habitada.
El confort no puede basarse en la estética del entorno, sino en la legalidad y seguridad de la vivienda.
En los desarrollos residenciales más cotizados, se habla de amenities, de verde, de vida tranquila.
Pero nadie menciona lo esencial: ¿Está bien construida la casa? ¿Responde a normas? ¿Va a durar?
Porque una casa puede estar en el lugar perfecto, pero si está mal hecha, te encierra en un conflicto, no en un hogar.
Y entonces ya no importa si hay pileta, seguridad o arboleda.
Lo que importa es que vivís con miedo a que se fisure algo más.
A que la humedad vuelva.
A que un día, lo que parecía menor… se vuelva estructural.
El confort no empieza en el country, ni en el jardín, ni en el silencio del entorno.
Empieza en lo que no se ve: cimientos, estructura, drenaje, oficio, control.
Y cuando eso falla… no hay portón ni promesa que lo arregle.
Arq. Legista Teodoro Rubén Potaz
Asistente IA: Sol Potaz
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