A pesar de ser la capital de uno de los países más extensos y menos poblados del mundo, Buenos Aires crece hacia adentro, demoliendo sus viejos edificios como si fuera Tokio. Razones de espacio, falta de planificación o por el berretín porteño de vivir todos amontonados en los mismos cinco barrios, lo cierto es que la piqueta es el primer síntoma de nuestro crecimiento. Así las cosas, derrumbes como el del lunes ponen en estado de alerta a toda la Ciudad. Falta de controles, capacidad técnica insuficiente o la ambición desmedida de los inversores, empiezan a aparecer como los primeros culpables de la tragedia.
Hay que entender que los controles son de relativa eficacia porque una gran cantidad de demoliciones son clandestinas.
Históricamente, antes de comenzar una obra, los constructores empezaban a demoler sin tener los trámites listos, para ganar tiempo. Hoy, a la tardanza burocrática “normal” se le suma una nueva disposición que protege a las construcciones anteriores a 1941: indica que para su demolición un necesario análisis patrimonial que establezca que no se corre el peligro de perder un edificio valioso para la Ciudad.
Es por eso que más de un inversor inescrupuloso prefiere hacer la demolición entre gallos y medianoche antes que ver su negocio muerto antes de nacer. Es decir, prefieren exhibir el hecho consumado antes que la boleta del trámite aprobado. Es cierto que muchas veces, los constructores carecen de la información suficiente para saber si el terreno que compran está inhibido de alguna manera.
Ahora bien, las tragedias como la del lunes en Villa Urquiza, tienen más razones técnicas que de otro tipo. En una obra, la demolición y la excavación son insignificantes desde el punto de vista del costo. No hay razón para hacerlas mal o a las apuradas. Tampoco requieren tanto tiempo si se tiene en cuenta que una obra puede insumir dos años.
Para eludir daños irreparables en los vecinos, los constructores deben evitar usar excavadoras grandes. En casos de mucho riesgo, es preferible hacer las excavaciones en pequeños tramos y a mano. Las máquinas chicas de menos de dos toneladas son menos eficientes pero generan menos riesgos. Una máquina grande es muy rápida pero pone en peligro a las medianeras vecinas por el peso que tiene y por su gran potencia.
Por otro lado, antes de caerse, una medianera avisa de diferentes maneras: rajaduras, grietas o desplomes. El asunto es estar atentos.
Arquitecto Legista Teodoro Ruben Potaz
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