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La ubicación de Buenos Aires entre las cinco ciudades más ruidosas del mundo muestra la necesidad urgente de construir el mapa del ruido
Cuando el conjunto de ruidos y sonidos perceptibles en el ámbito ciudadano resultan lesivos para la audición y la salud se habla de contaminación sonora, mal típico de los grandes centros urbanos, que fluctúa según las horas de actividad y la concentración de los agentes productores del ruido. Esta particular forma de contaminación se ha tornado más que preocupante en Buenos Aires a partir de la década del 90 del siglo pasado y sigue incrementándose año tras año.
El asedio al oído origina el riesgo de una pérdida gradual de la audición cuyo límite es la sordera. El peligro se acentúa, lógicamente, para quienes están sometidos al acoso prolongado de motores, bocinas, frenadas, sirenas, aparatos electrónicos puestos con alto volumen, sea porque se trata de personas que habitan, trabajan o transitan en zonas o lugares donde imperan los ruidos. Las mediciones efectuadas con ayuda del sonómetro han establecido que, cuando la escala de intensidad alcanza los 70 decibeles, los ruidos se convierten en molestos y, si crecen por encima de esa medida, se constituyen en dañinos para la salud. Los efectos perjudiciales se amplían cuando perturban las horas de descanso. En ese caso es más dañino y origina un precoz envejecimiento del aparato auditivo y una consecuente reducción de la capacidad de oír. El fenómeno ha crecido en intensidad y en persistencia en amplias áreas de la ciudad, y se ha convertido en uno de los agentes más perturbadores del bienestar ciudadano.
El problema ha llevado a mediciones periódicas en días hábiles y feriados, en horarios diurnos y nocturnos, en lugares distintos de Buenos Aires. Así lo hizo la nacion y pudo comprobar que los decibeles registrados en las esquinas de Córdoba y Madero, Corrientes y Carlos Pellegrini o Pueyrredón y Corrientes, aunque con matices, sobrepasan el nivel de lo molesto y llegan a ser dañinos para la salud. Esto hace necesario el control periódico de los caños de escape de los vehículos de transporte y carga que se mueven en el medio urbano que, por otra parte, son factores contaminantes no sólo del oído sino también de la atmósfera que se respira. No puede omitirse tampoco la perturbación que afecta a los vecinos de la zona céntrica por las frecuentes manifestaciones que irrumpen en el lugar.
Las mediciones ubican a Buenos Aires entre las cinco ciudades más ruidosas del mundo, después de Tokio, Nagasaki y Nueva York, y delante de San Pablo. Este ranking no enorgullece y es motivo para recordar la necesidad de que se lleve a cabo sin demora el mapa del ruido, como en otras grandes ciudades, recurso útil para definir lugares o áreas en que se debe intervenir para que baje el nivel del ruido. Así lo sostiene, también, la asociación civil Oír Mejor, que ha señalado que la ley 1540, ya reglamentada en 2007, fijaba la necesidad de hacerlo, cosa que hasta ahora no ha ocurrido.
Fuente: La Nacion
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